CRISTINA MOUTAS

Estoy sentada delante de mi ordenador, en mi pequeña consultita, a la cual le está costando mucho nacer, ya que parece que no hay más que complicaciones. Estoy un poco desganada, descentrada e incluso dolida, pero sé que estoy…espero que escribirte me vuelva a orientar. Dirigirme a ti tan directa e íntimamente es algo que nunca me había planteado, la verdad que son tantas cosas que es difícil empezar por algo, pero siempre está lo más obvio…El principio.

Cuando estaba en la facultad, y estudiaba psicología, creía que tenía claro cómo aplicar mi vocación y formación, pero con el tiempo me di cuenta que esa idea que tenía no era lo mío, me había equivocado de destino. Andaba perdida, no me daba cuenta, sólo era consciente de que quería ayudar y escuchar. Yo siempre he tenido claro cuál era mi misión pero el “cómo” empezó a estar bastante borroso. Un día, estaba viendo una serie, y una escena me abrió los ojos: era la sala de un hospital, había un grupo de personas que cantaban, entre ellos enfermos de cáncer y voluntarios del hospital. Siempre me han conmovido mucho ese tipo de situaciones, me recuerdan un poco a mi infancia (me pasaba muchos días malita), y recuerdo que pensé “cómo me gustaría estar ahí “. En ese instante, sentí algo en mí interior que se iluminaba, algo empezaba a encajar. Al día siguiente estaba buscando masters por España que fueran de psicooncología. Lo encontré y me admitieron. Me fui de Asturias a vivir una nueva vida, la que resultó distinta, y dura, pero en lo que  me estaba  especializando me estaba ayudando a seguir hacia adelante y cuando empecé a trabajar y tener

pacientes, más me iba demostrando a mí misma que había hecho lo correcto, que tenía que ser valiente, constante y no rendirme jamás, todo merecía la pena. Me hice fuerte. Al acabar este periodo, volví a Asturias. Estaba claro que en este pequeño y lindo lugar, desgraciadamente, se necesita de personas que atiendan el dolor que sufren los enfermos de tan temida enfermedad cómo es el cáncer.

No encontraba mi hueco  por más que me esforzaba, o eso creía. Sentía que había mucha gente que podía ayudar, seguro lo estaba necesitando. Creía que habría alguien que se daría cuenta. Ahí es donde entras tú…toda tú de rosa y sonrisas. Recuerdo que el primer día que fui a verte, tenía miedo de otro rechazo, pero todo lo contrario, creo que fue una gran ilusión generalizada, lo cual me sorprendió gratamente. Después, cuando me fui familiarizando contigo, me di cuenta de que ¡¡estabas llena de flores!! Todas únicas y cada una con su esencia de matices diferentes. Lo curioso es que alguna de ellas en ocasiones, se les olvida, y hay que darles mucha más luz, regarlas con mucho amor y comprensión para que se den cuenta de su florecer y cómo sus preciosos pétalos brillan con el sol de tal manera que son dignos de admiración. Lo que más me gusta es poder estar ahí y  ver esa toma de conciencia. Aprendo mucho cada día que te voy a ver con mis pequeñas florecillas, haciéndome mejor persona y profesional. En realidad a veces pienso que son ellas las que me ayudan a mí, recibo más de lo que puedo llegar a dar mil millones de veces multiplicado por infinito. Me gusta tener un pequeño rinconcito en un lugar donde lo que en verdad importa es primordial. Gracias por hacerme formar parte de ti. Pase lo que pase, no pienso olvidar y siempre mencionare como “la casa de la vida”, fue la primera en darme su mano.

Para siempre tuya